A nuestro alrededor, hay niños, niñas y adolescentes que no disfrutan de una infancia o adolescencia típica. Han enfrentado cambios drásticos, soledad, miedo y mucha incertidumbre. Algunos y algunas menores viven en centros de acogida supervisados por la Diputación de Gipuzkoa. Aunque reciben atención de profesionales, no pueden recibir el calor de un hogar. En Jesuitak Donostia, contamos con Haritz Astudillo (Donostia-San Sebastián, 1981) como jefe de cocina, cuya pasión y compromiso trascienden los límites profesionales; es padre de tres hijos, dos biológicos de 10 y 14 años, y una niña pequeña que ha acogido en su casa. Su experiencia no solo es inspiradora, sino también un ejemplo palpable de cómo abrir las puertas de tu hogar y corazón puede tener un impacto transformador en las vidas de quienes te rodean.
¿Por qué decidisteis ser familia de acogida?
La decisión de ser una familia de acogida surgió a raíz de una experiencia cercana hace tres décadas, cuando Nicaragua atravesaba tiempos difíciles. En ese momento, mis padres consideraron acoger a un niño o niña nicaragüense, pero al buscar información, se dieron cuenta de que también aquí había una gran necesidad. Muchos y muchas menores desprotegidos y muy pocas familias dispuestas a ofrecerles un hogar. Sin dudarlo, optaron por ser una familia de acogida, y hoy, tres décadas después, puedo decir que tengo una «hermana». Aunque no es nuestra hermana legalmente, ha estado con nosotros desde los tres años.
Entonces, esa experiencia previa influyó en vuestra decisión de ser una familia de acogida…
Después de la pandemia, mi mujer y yo conversamos y llegamos a un acuerdo: queríamos ayudar. El proceso de convertirnos en una familia de acogida fue largo y desafiante, duró casi un año. Desde el principio, nos dejaron claro que la niña que acogeríamos no sería nuestra hija legalmente, y que nuestra función principal era cuidar de ella. Aquí es donde el acogimiento familiar difiere de la adopción, ya que el objetivo principal es proporcionar a la niña un entorno familiar mientras se trabaja para que regrese a su familia biológica, aunque esto no siempre ocurre.
¿Cómo fue el proceso de adaptación y cómo está siendo la experiencia?
Como he mencionado, el proceso fue muy largo. Iniciamos asistiendo a reuniones informativas y luego un psicólogo visitó nuestro hogar para evaluar nuestro entorno y hablar con nuestros otros dos hijos. Esta evaluación ayudó a determinar si éramos adecuados para ser una familia de acogida y a qué niño o niña se nos asignaría según las necesidades y el contexto. La niña que acogimos había estado en otra familia de acogida de emergencia durante dos años antes de llegar a la nuestra. No fue una transición sencilla; comenzamos acercándonos paulatinamente a la familia de acogida anterior para abordar el despego entre los padres y la niña.
Poco a poco, la niña se quedó con nosotros, pero durante los primeros quince días, la familia de acogida anterior seguía visitándonos para que la niña no se sintiera abandonada. Fue un reto para nosotros, ya que originalmente buscábamos acoger a un niño o una niña de la misma edad que nuestros hijos, pero la realidad nos presentó otra oportunidad. A pesar de las dificultades iniciales, hemos avanzado significativamente; la niña nos llama «padre» y «madre» en lugar de por nuestros nombres. La empresa Lauka, en colaboración con la Diputación Foral de Gipuzkoa, se encarga de hacer un seguimiento y supervisar el progreso de la niña de forma mensual para asegurarse de que esté bien.
¿Cuál crees que es la recompensa más significativa de ser una familia de acogida?
Sin lugar a dudas, la mayor recompensa es ver que la niña está bien. Si bien es importante ayudar a los menores de otros países, también debemos recordar que en nuestro entorno hay muchos niños y muchas niñas que necesitan ayuda. En este sentido, nos esforzamos por brindarle a la menor un camino más fácil hacia su futuro, compartiendo con ella todo lo que tenemos.
Mencionas que es necesario prepararse para una posible despedida. ¿Cómo se prepara para ese adiós?
Cuando decidimos ser una familia de acogida, sabíamos que la despedida era una posibilidad. El objetivo principal de las familias de acogida es que el niño o la niña regrese con su familia biológica, aunque solo unos pocos logran alcanzar ese objetivo. Los padres de la menor no nos conocen, y nosotros tampoco los conocemos. Se organizan visitas quincenales entre los padres y la niña, mediadas por un tercero. Si el estado de sus padres no mejora, puede que no haya ningún adiós. Pero si la niña finalmente se va, siempre seremos su «tío» y “tía”, y nuestras puertas estarán abiertas para ella.
La perspectiva de la despedida a menudo asusta a las personas y les impide considerar ser una familia de acogida. Personalmente, estoy preparado para lo que pueda ocurrir, pero procuro no pensar mucho en ello.
¿Qué mensaje te gustaría transmitir a la sociedad?
Como sociedad, a menudo pasamos por alto la importancia de este tipo de apoyo. En ocasiones, en el parque, vemos cómo las personas hacen distinciones entre nuestros hijos biológicos y la niña de acogida. Esto refleja la necesidad de un cambio en nuestra mentalidad. Además, parece que hoy en día decimos que sí a las cosas esperando algo a cambio, y esto antes no pasaba.
A quienes están considerando la posibilidad de ser una familia de acogida les diría que se animen. La experiencia es igual de positiva que enriquecedora, y acoger a un niño o una niña puede marcar la diferencia en su vida. El primer paso es llamar al 943 25 10 05, informarse y escuchar de primera mano las experiencias de otras familias de acogida. No es necesario ser una pareja, ya que también se puede ser una única persona dispuesta a ofrecer su hogar y amor.